Durante la Edad Media el pueblo creó imágenes acerca del Diablo. Existían dos tipos de religión: la de élite y la popular. La religión de élite estaba basada en la teología institucionalizada; la popular, que era la de los más 'incultos', "estaba formada por ideas teológicas que se habían filtrado (generalmente con distorsiones) desde la élite, combinadas con elementos legendarios y folclóricos" (Burton, 1995: 147).
La teología, la filosofía, las artes y la educación estaban concentradas en los monasterios. Los predicadores ahondaban en la efigie de los demonios para asustar a los feligreses y así evitaran el camino del pecado. La gente de la iglesia derivó su diabología "del feroz y colorido énfasis que los Padres del desierto pusieron en lo ubicuo y tangible de los demonios" (Idem.). Existía un control político y una dominación espiritual. Se mantenían constantemente asustados y vivían largos períodos de frustración. Pero esta tendencia monástica a exaltar el poder del Diablo se balanceó con la tendencia opuesta, de la leyenda y el folclor que presentó a un Diablo tonto, ridículo e impotente, y esto fue una "reacción psicológica natural ante lo aterrador de la visión monástica" (Idem.). Mientras más temible aparecía este personaje, más necesaria se hacía la burla para dominarlo y aligerar la amenaza. "En tensión entre estas tendencias contradictorias, la opinión popular oscilaba entre percibir a Satán como el amo de un poder oscuro y terrible y percibirlo como a un tonto" (Idem.).
No estaban muy bien definidas las líneas populares y folclóricas entorno a este personaje, en comparación con la teología, porque se mezclaba con figuras que llamaban negativas, como gigantes, fantasmas, monstruos... Fue así que el pueblo aportó características personales al Diablo: qué ropa usaba, cómo era su voz, su cuerpo, cómo danzaba, cuán helado era, de qué color era, si tenía pelo o no, y cómo se le podía engañar o evadir. Algunos de estos detalles se perfilaron en el arte y la literatura. "El folclore a menudo escindió al Diablo en varias personalidades" (Ibid., p.148). Desde tiempos de la literatura judía apocalíptica el Diablo tenía muchos nombres como Satán, Sammael, Asmodeo, Satanael, Belial, Belcebú y Lucifer. Así, Lucifer podía ser el amo de las tinieblas y Satán ser su mensajero. Estas visiones fueron rechazadas por los teólogos. "La percepción psicológica y teológica más clara y profunda ha sido siempre que el Diablo es una personalidad única que dirige las fuerzas del mal" (Ibid., p.148).
Otros nombres populares que se le asignaron al Maligno: el Viejo Cornudo, Viejo Peludo, Cuco Negro, Lascivo Dick, Dickon o Dickens, el Caballero Jack, el Buen Amigo, Viejo Nick y Vieja Herida. Otros nombres derivan de los demonios menores que se identificaban con los trolls, gnomos y duendes. Entre estos están: Terrytop, Charlot, Federwisch, Hinkebein, Heinekin, Rumpelstiltskin, Haussibut, Hämmerlein, Robin Hood, Robin Goodfellow y Knecht Ruprecht. "Darle al Maligno un nombre absurdo era un antídoto popular contra el terror que provocaba" (Idem.).
Si sus nombres variaban, también su aspecto físico. Tenía el exterior de cualquier animal, con excepción del cordero, el asno y el buey, "porque Cristo es el 'Cordero de Dios', y el buey y el asno por tradición estaban en el pesebre" (Ibid., p.149). Los animales más frecuentes en que se manifestaba eran el dragón, la serpiente, la cabra, el león, el toro, el perro, el buitre. También tomaba formas humanas: un científico, un poeta, ¡un músico!, un teólogo, y se mostraba hábil para la persuasión y el debate. Era monstruoso porque así expresaba su retorcimiento interior. Se decía que cojeaba a causa de la caída desde el cielo. Era ciego, con cuernos y cola. Algunas representaciones artísticas lo muestran como el dios Pan.
En cuanto a su indumentaria, solía ser negra (¡como los darks!), o a él mismo se le representaba negro. El color que le sigue es el rojo, por la sangre y el fuego. Las noches de tormenta donde abundaban los truenos y rayos, se le atribuían al Diablo. De sus manos brotaba el rayo para destruir cualquier cosa. Se pensaba que las personas con cabello y barba roja estaban más sujetas a la influencia demoníaca. Se decía que el Diablo tenía una barba flamígera. Otro color asociado con su imagen es el verde: el color del bosque y de la caza. Dice Jeffrey Burton Russell: "Todo lo que estaba consagrado a los dioses paganos se volvía sagrado para Satán" (Ibid., p.151). Podía vivir en los árboles, puentes, parajes, arroyos y bosques. También habitaba en el mundo subterráneo y según una tradición menor el Infierno estaba en Islandia, cuyo frío extremo creó la idea donde los "glaciares que gimen y activos volcanes sugerían un lugar de tormentos" (Idem.). Lucifer y sus demonios provocaban enfermedad. Robaban niños y disparaban flechas a la gente.
Las obras que más le agradaban eran las de ingeniería, especialmente la construcción de puentes. Un día, Jack y el Diablo planeaban la construcción de uno, cerca de Kentmouth. Lo que construían en la noche en el día caía. "Finalmente, Satán completa el puente en el entendido de que obtendrá el alma de la primera criatura viviente que lo cruce; pero Jack lo burla: lanza un hueso en el camino, de modo que la primera criatura que pasa es un perro" (Ibid., p.152). Ocurría algo muy interesante. La teología insistía que la única manera de alejarse del Oscuro era invocando a Cristo. Pero el pueblo proponía la inteligencia como medio de salvación. Veamos unos ejemplos. Una vez un zapatero le prometió al Diablo que si le construía una casa le daría su alma tan pronto como se derritiera una vela encendida. El Diablo aceptó. Construyó la casa y el zapatero apagó la vela antes de consumirse. En otra ocasión el Diablo trató de evitar que San Teobaldo llegara a un concilio que se llevaría a cabo esa noche y le quitó una rueda a su carruaje. El santo se enojó y lo obligó a ocupar el lugar de la rueda. Este tipo de relatos se centra en la idea de que el Diablo es tonto. Algunos de los héroes de estos episodios eran campesinos, monjes, caballeros, sirvientes, estudiantes. También existían aquellas narraciones pavorosas que ponían "de manifiesto el otro lado de la ambigüedad del folclore: el verdadero terror que inspira el poder oscuro" (Idem.). Jack de Francia caminaba por la calle y se encontró a un monje que recitaba los nombres de las personas que morirían el año entrante. Escuchó su nombre y se alarmó. Con el rostro horrorizado miró fijamente al monje y descubrió en él la cara torcida y burlona de Satán. En la Edad Media nace la idea del pacto con el Diablo.
La narrativa podría seguir... Pero es necesario poner un punto final momentáneo.
Bibliografía
Jefrey Burton Russell, El príncipe de las tinieblas. Chile, Editorial Andrés Bello, 1995.
Imagen tomada de Wikipedia.
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