El monje trapense, y además poeta, Thomas Merton, en una parte de su autobiografía La montaña de los siete círculos, nos comenta acerca de la prueba dada por John Duns Scotus sobre la existencia de Dios: "Se admite generalmente que, en precisión, agudeza y alcance, ésta es la prueba más perfecta, completa y concienzuda de la existencia de Dios que haya sido jamás elaborada por hombre alguno". En realidad es una idea que origina el pensador medieval Anselmo de Aosta. Duns Scotus no hace lo que hizo Tomás de Aquino: criticar totalmente la idea de Anselmo. Al contrario, piensa que dicha prueba debe ser sometida a una revisión que intente demostrar a posteriori, no solamente a priori, que si puede pensarse la idea de un ser máximo, éste es un ser posible en sí mismo, puesto que si es posible, existirá necesariamente, porque la idea de Dios es la de un ser necesario. Es preciso afirmar su existencia real, porque si el máximo que puede pensarse sólo existiera en el pensamiento, sería a la vez posible e imposible. Posible porque así se le concibe, imposible porque no existe fuera del pensamiento. A este ente se le concibe como un ente que necesariamente debe existir en la realidad, así, se afirma su existencia.
Duns Scotus no aprueba la idea del Motor Inmóvil de Aristóteles. Tal argumento implica la causa del movimiento y no la del ser. El filósofo Federico Ferro Gay escribe: "Prueba solamente la existencia del motor inmóvil aristotélico, no la del Dios cristiano". Por ello, toma como más convincente y efectiva la prueba de lo contingente y lo necesario. Consiste en lo siguiente: al tener en cuenta la existencia de los seres contingentes, tenemos que decir que estos seres no pueden nacer de ellos mismos, no pueden ser su propia causa. Tendrían que haberse causado o por otro ser contingente o por un ser necesario. Si afirmáramos lo primero, caeríamos en el absurdo de regreso al infinito (lo cual es rechazado por la lógica); en cambio, si elegimos la segunda premisa, se llegaría de inmediato a la aceptación del ser necesario. Así lo menciona Ferro: "La existencia de un ser necesario prueba que éste es único, perfecto y bueno, y además omnipotente y providente".
Dios existe porque está en la naturaleza y en el universo; también, dentro de nosotros, porque escuchamos esa voz que nos revela su esencia y su nombre, que no puede escribirse con palabras humanas. Existe, porque pensamos en la posibilidad de su existencia. Aquí entramos en un problema filosófico profundo: ¿todo lo que pensamos que no existe, puede existir? La fe y la creencia son personales: ocurren en la intimidad del corazón. Cada humano llega a las conclusiones. Siempre respetando y tolerando las preguntas y respuestas de la otredad. ¿Qué es la verdad? Helena Petrovna Blavatsky dice que la religión más alta es la verdad. Nuestros intentos por alcanzar la verdad son sólo acercamientos, ya que si la conociéramos en su totalidad, seríamos Dios: omnisapientes y omnipresentes. No habría filosofía, ciencia y arte, porque estaríamos en la Eternidad: ladrando como un perro, ¿o como vaca?
Es poético que un hombre haya otorgado su tiempo a la meditación, a la reflexión y a la contemplación de la Divinidad, para ayudarnos a encontrar el eco del Absoluto. Thomas Merton nos confiesa: "¡Qué bellas y qué terribles son las palabras con que Dios habla al alma de aquellos que ha llamado a Sí, a la Tierra de Promisión, que es participación en su propia vida... esa tierra amable y fértil que es la vida de la gracia y la gloria, la vida interior, la vida mística! Son palabras amables para los que las oyen y obedecen; pero, ¿qué son para los que las oyen sin comprensión ni respuesta?"
Bibliografía
Ferro Gay, Federico (1995). De la sabiduría de la Edad Media. Zacatecas: UAZ, [Principia].
Merton, Thomas (1999). La montaña de los siete círculos. México: Porrúa, ["Sepan cuantos...", 709].
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