Manuel Valls Gorina, en su excelente libro Aproximación a la música, publicado en España por Salvat en 1970, nos dice en la página 98:
"En nuestros días, la mecánica organización de conciertos y recitales, el régimen de una publicidad previa, las noticias de los éxitos y calidades de determinado instrumentista o director, la regular ordenación de unos ciclos de conciertos (con abonos de butacas o sin ellas) o el anuncio de la actuación esporádica de un célebre virtuoso en determinada especialidad, motivan la automática movilización de un gentío que acude a la sala atraído por el señuelo del programa o del artista que figura en el cartel. Estamos en presencia de una agrupación humana que, a falta de mejor denominación, llamaremos público musical. Tan inmersos estamos en este universo de base empresarial y tan natural encontramos su régimen ordenador, que cada temporada organiza la vida musical, que no dudamos en creer que el público en cuestión, como en los casos del teatro, circo, etc., es un ente connaturalmente opuesto a la actividad musical y, por ello, necesario para su existencia. Y, sin embargo...
Y, sin embargo, la música ha surgido, ha evolucionado y ha madurado al margen de esta entidad, el público, que para nada ha intervenido en su desarrollo fundamental. Ya se trate de la música como experiencia interna (¿no lo es acaso la del pastor que acompaña su soledad al son de una flauta de caña?), ya de un cometido utilitario (liturgia, danza, etc.), la música ha nacido y se ha desarrollado sin público, lo que no quiere decir que no tuviera destino ni destinatario".
Dibujo de Omar Alberto Reyes Arévalo.
Dibujo de Omar Alberto Reyes Arévalo.
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